martes

ROCK MY RELIGION Por Bruno Marcos. La Nueva Crónica



El artista norteamericano Dan Graham se apartó de sus temas habituales para realizar, durante el periodo comprendido entre los años 1982 y 1984, una mítica película en torno al rock y la religión. 

El film es un ensayo que parte de un escrito previo del propio Graham y se presenta como un complejo collage en el que se superponen secuencias musicales, textos a color sobreimpresionados que ascienden por la pantalla y teorizaciones en voz en off. Hay párrafos y escenas bíblicas, como la de Adán y Eva expulsados del paraíso de Masaccio, e imágenes fijas, fotografías, litografías de los pioneros americanos, dibujos de los puritanos, planos del exterior de viviendas rurales típicas de Estados Unidos, fragmentos de películas e interiores de iglesias protestantes. 

La tesis de Graham es que el rock fue recibido como una religión en América y por extensión en el resto del mundo. Para ello establece una genealogía que se inicia en una rama de los cuáqueros, los shakers, que, esperando la segunda venida de Cristo y el fin del mundo para el año 1792, y posteriormente para el 1794, proponían una ordenación social comunal en la que, entre otras cosas, se aboliera el matrimonio y se establecía la abstinencia sexual perpetua. Los shakers practicaban, eso sí, la danza circular en cuatro filas concéntricas para espantar a los demonios.

La figura central de la película es la cantante norteamericana Patti Smith cuya voz y cuya música están presentes en todo momento. Patti creía que los ancestros del rock eran las danzas extáticas de los shakers, los derviches y la danza de los espíritus amerindios. También aparece Jim Morrison al que se califica nada menos que de "rockero fálico", que acaba destruido al darse cuenta de que el rock and roll ha muerto al pasar a ser espectáculo.

Graham señala como causa de la cristalización del capitalismo en América al puritanismo. Explica que en los albores de la nación alguien, algunas personas buenas, se dieron cuenta del mal, dejaron el órgano de la iglesia y cogieron por primera vez la guitarra para ir a tocar a la puerta de los pioneros y redimirlos. También encuentra raíces del rock en los indios Sioux o los Plains que practicaban danzas rituales en las que entraban en trance.

Finalmente se dice en el film que en los años 50 surgió una nueva clase, una generación cuya misión no era producir sino consumir, los teenagers, que, liberados de la ética laboral y puritana, tenían una filosofía que consistía tan sólo en divertirse. Su religión era el rock and roll.

Palmero establece un diálogo entre objetos reales, materiales documentales y los testimonios de los protagonistas.
Estos días se ha inaugurado en nuestra ciudad una exposición titulada 'We´re all dreamers' que propone como Graham, desde el campo del arte contemporáneo, un acercamiento a lo que el rock ha supuesto en una comunidad concreta como la nuestra. (seguir leyendo)


sábado

LOS GUERNICAS Por Bruno Marcos. La Nueva Crónica


No está de moda entre la vanguardia crítica, desde hace algunos años, ocuparse de la figura de Picasso, seguramente por encontrarse aparentemente agotadas las posibilidades interpretativas de un fenómeno tan descomunal como fue la existencia de este artista del siglo XX. Su popularidad, su éxito, han sido desmesurados, exagerados, un auténtico disparate, sin embargo, no se le ha entendido bien y no porque él no fuera claro y honesto en su voluntad de representar las dimensiones de lo humano sino porque se han proyectado infinidad de cosas sobre su figura, asuntos que han orbitado en torno a él a lo largo de casi todo el siglo pasado. Por eso hablar de Picasso es hablar del siglo XX, seguramente el más apasionante y trágico de cuantos haya vivido la Humanidad, y por eso Picasso no se acaba nunca.
Es interesante al respecto analizar no ya lo que fueron el autor o la obra, ni siquiera el misterio Picasso, que no lo es tanto, sino cómo fue la sociedad que rodeó a ambos y qué papel les dio. Para esta tarea es muy ilustrador estudiar la vida de su obra cumbre, el Guernica, a lo largo de sus casi ochenta años de existencia. 
El mítico cuadro fue un encargo del gobierno de la República Española en 1937, en plena guerra civil, para formar parte de la Exposición Universal de París de ese mismo año. El pabellón español que diseñó Sert era un edificio racionalista que quería conjugar modernidad, sencillez y funcionalidad para mostrar grandes obras de arte y también cultura popular, al tiempo que recababa apoyos para la causa democrática en España. Lo más llamativo es el hecho de que compartiera espacio con los pabellones de la Alemania nazi y de la comunista Unión Soviético. Ambos eran de una estética apabullante y quedaban enfrentados con la torre Eiffel de fondo entre los dos. Albert Speer, el arquitecto de Hitler, el que había ideado el método de imaginar los edificios del Tercer Reich que proyectaba como ruinas del futuro, se hizo con los planos de los soviéticos poco antes del evento. Con ellos en sus manos construyó su farallón vertical unos cuantos metros más alto que el de los comunistas. Arriba colocó el águila imperial ligeramente inclinada sobre la campesina y el metalúrgico del otro que parecían avanzar a estrellarse.
El pabellón español aparecía desprovisto del descomunal pathos de aquellos y mostraba en su interior nada menos que el Guernica de Picasso como anticipo de la gran catástrofe que se avecinaba en Europa.
Al finalizar la Exposición Universal de París en 1938 ninguna autoridad española reclamó el cuadro y tuvo el propio Picasso que hacerse cargo de él. Entonces comenzó su peregrinaje. Viajó por varios países nórdicos y estuvo en Londres recaudando fondos y deteriorándose hasta que Picasso lo cedió, en depósito, al MOMA de Nueva York ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial. Picasso dejó ordenado que el cuadro volviera a España y fuera colocado en el Museo del Prado cuando el país hubiera recuperado la normalidad democrática. Fue traído en 1981. En ese año se instaló en el Casón del Buen Retiro dependiente del Museo del Prado. Custodiado por metralletas en una cápsula enorme de vidrio blindado que había sido probado contra bazokas y con el sonido de un pulmón artificial que lo ventilaba estuvo hasta 1992, año en que fue trasladado al Museo Reina Sofía. Allí se exhibió durante más de quince años como una obra genial rodeada de sus estudios y bocetos aislada de todo. En 2009 la actual dirección de este museo dio un vuelco a la presentación del Guernica poniéndolo en aquel contexto en el que se creó, rodeado de la maqueta del pabellón del 37 y de documentación de aquel entonces. 
Hace pocos meses el artista Daniel García Andújar montó en el mismo Museo Reina Sofía de Madrid, en una planta por encima de donde se encuentra el verdadero Guernica, una gran instalación en la que proponía reflexionar sobre lo que el cuadro significa en la actualidad.
En la instalación de Andújar se proyectaban por un lado imágenes reales de los bombardeos que inspiraron el cuadro y por otro, en una pantalla, una recreación virtual en la que una colección de seres irreales, míticos y fantásticos desfilaban frente a la obra de Picasso. En otro lado de la sala había decenas de cuartillas con los informes desclasificados que la CIA había elaborado sobre Picasso como supuesto peligro comunista.
Lo que Andújar reunió en aquella obra hace patente algo que ya sabíamos, que el Guernica, efectivamente, hace mucho tiempo que ha sustituido a la realidad que representaba y de la que había nacido para ingresar en el gran repertorio iconográfico y simbólico de la Humanidad. Las imágenes que pertenecen a ese grupo superan su propia dimensión alejándose totalmente de lo real e incluso del propio arte.
El Guernica ha sido muchos guernicas, el cartel político, el mural pacifista, la alegoría de la guerra o la obra de un genio, y aparece en la actualidad como una construcción estilística de lo histórico frente a lo histórico puro, a los documentos, que pertenece a una esfera superior de lo simbólico. En la obra de Andújar comparte un espacio inmaterial con seres irreales, míticos, fantásticos y, también, con superhéroes porque el Guernica es mucho más que un cuadro lo mismo que Supermán es mucho más que un dibujo de cómic. Ambos han recibido un caudal inmenso de valores que proyectan a la realidad desde la iconosfera de lo simbólico.




viernes, noviembre 13, 2015

Para que no te pierdas en el barrio, Patrick Modiano


Trad. Mª Teresa Gallego Urrutia. Anagrama, Barcelona, 2015. 152 pp. 14,90 €


Bruno Marcos 

Cuando uno lee un libro de Modiano no puede menos que preguntarse si un autor así siendo español hubiese tenido la misma atención que ha tenido siendo francés. Los ecosistemas culturales de un país y otro son todavía muy distintos aunque el francés haya sido en muchas ocasiones modelo del nuestro.
Hace tiempo una escritora que se hizo popular en los años ochenta aseguraba, con el habitual desparpajo de los de esa generación, que La montaña mágica de Thomas Mann, hoy en día, no encontraría editor. Para ella las grandes disertaciones de Mann le sobran al libro. Añadía en aquella reflexión que el pobre Thomas debió pensar, ingenuamente, que aquellos diálogos con Settembrini y Naphta le darían altura intelectual y perdurabilidad en el tiempo a su obra sin darse cuenta que el futuro los consideraría un tostón.
Sin duda esa escritora abogaba por la acción y no soportaba que a aquel Hans Castorp no le pasase prácticamente nada durante páginas y páginas, y veía que había demasiados preliminares y consideraciones para una mayoría que lo que quiere, también en literatura, es ir al grano. 
Recordando esta opinión uno ve posible que a Modiano de no haber sido francés en España no solo no se le habría propuesto para el premio Nobel sino que con dificultad habría encontrado editor: Un autor que anda entre sombras, investigando enigmas de su propio pasado que casi ha olvidado totalmente. Una mínima pesquisa de algo que a nadie le importa, casi ni a él. Una indagación desganada. Una porción de nombres de calles y plazas de París. Asuntos no resueltos en clave psicoanalítica. Heridas que apenas duelen ya y un sinfín de infraleves que tejen una tela de araña que atrapa o no atrapa y que alguno dirá que hasta le duerme.
La novela nos presenta la historia de un escritor solitario que a partir de un pequeño acontecimiento como es la pérdida de su agenda llega a revivir aspectos oscuros de su infancia. Tras las primeras cuarenta páginas se entera uno de qué tipo de personajes pinta el autor. Allí se lee que el protagonista no sabe si su propia madre aún vive y, un poco después, que se arrepiente de todos esos años en los que no se había fijado ni en los árboles ni en las flores. En otro punto cita cómo se escandalizó una filósofa porque una mujer durante la guerra dijo que la contienda no modificaba su relación con una brizna de hierba. Esos detalles llovidos aquí y allá por el texto nos dan el ambiente preciso y la dimensión muy peculiar de esta literatura.
Modiano admite que es sólo un novelista y que la concesión del premio Nobel le dejó un tanto perplejo porque él no se ve como un intelectual todoterreno, capaz de intervenir en todos los aspectos de la vida social y política como lo hicieron Sartre Camus. Lo suyo es darle vueltas a los recuerdos y los olvidos encubridores, acudir a la literatura para restañar el pasado no cicatrizado, a completar lo que nunca fue desvelado.
Libros así, nos gusten o no, son un milagro en un paisaje donde la cultura es devorada por la industria del entretenimiento. Se trata de una literatura que parece que sólo podría atraer a lectores que sean como el autor, que se identifiquen con sus derivas, aunque quién sabe, tal vez sean legión los que son tan modianos como Modiano.

miércoles

CLARABOYAS Y CLARABOYAS Por Bruno Marcos. La Nueva Crónica

Resulta extraño encontrar este libro sobre la revista Claraboya y comprobar que la edición no ha estado a cargo de ninguna institución cultural de nuestro territorio sino de una empresa privada. Se entiende inmediatamente cuando uno se fija en que el sello es de la editorial Eolas que, en plena marejada de bancarrotas, recortes y parálisis institucional, pilota Héctor Escobar como si no pasara nada flotando entre tiburones.
Es un libro que conmemora el 50 aniversario de la revista leonesa con una recopilación de textos e imágenes sobre aquella aventura literaria cuyo contenido toma forma de exposición estos días en las salas del Centro Leonés de Arte de la Diputación.
Claraboya fue una revista literaria leonesa que se viene a citar siempre como sucesora de aquella ya mítica de Espadaña, que Victoriano Crémer, Eugenio de Nora y Antonio González de Lama metieron en la historia de la literatura española en la primera postguerra. Claraboya se publicó entre 1963 y 1968. Sus principales promotores fueron Agustín Delgado, José Antonio Llamas, Ángel Fierro y Luis Mateo Díez, aunque en su entorno anduvieron muchos otros de esa generación y otras como Jesús Torbado, Bernardino M. Hernando, Antonio Pereira, Antonio Gamoneda, etc. También hubo artistas como Higinio del Valle, Antón Díez, Horna, Jular, Manuel Martín, etc. Colaboraron además personalidades literarias como Vicente Aleixandre, Celaya, Valente, Gimferrer o Claudio Rodríguez entre muchos otros. Duró 19 números y era expresión de esa España de los años sesenta tan privada de libertades y tan deseosa de ellas.
Los autores principales de la publicación la recuerdan con ternura y se filtra siempre en sus comentarios una mirada indulgente hacia la juventud propia y la del país. Como es lógico abordaron ciertas preocupaciones que hoy nos parecen superadas pero que, seguramente, obraron en buena medida el presente que tenemos. En el texto introductorio se admite que la revista estuvo aislada, que aunque tomase vuelo nacional no había un verdadero diálogo con los centros de producción cultural. Llama la atención que esa inquietud general, de orden político y social, se manifestase en los sesenta con una gran fe en el papel de la cultura que casi está desaparecida. La sola pregunta que se planteaban de cómo habría de ser la literatura en ese tiempo, esa ambición útil y monolítica, nos hace sonreír ante el ingenuo pero verdadero anhelo suyo, totalmente olvidado hoy cuando la cultura está prácticamente desaparecida bajo la industria del entretenimiento. 
La postura de los de Claraboya se ve comprometida entre la poesía social y la culturalista que se ponía entonces como nueva y, en esa encrucijada, se los ve proponiendo algo difícil de visualizar, una suerte de poesía dialéctica equidistante de la social y la intimista al tiempo que se alimentara de ambas. De esa dicotomía no es que no se pudiera escapar en la España de los 60 sino que, probablemente, no ha habido manera de hacerlo en ninguna de las épocas de la historia. 
En el Nº 1 impacta la contundencia del editorial que arranca con un directo «¿Qué poesía hace falta hoy?» para concluir en página y media algo que habría costado cientos de ellas, que quienes mejor escribieron fueron los que mejor vivieron su tiempo y su historia y que, en la España de Claraboya, la Historia se inventaba y no se vivía y, por lo tanto, la poesía española más que vivida era inventada y, por lo tanto, falsa.
En el Nº 3 se dicen cosas terribles también como que en España nada más se ha hecho que retórica de lo social: «Se ha tomado el hambre del pobre para escalar en el viciado mundo de las letras». Y con todo verdades como puños, clásicas y válidas para todo tiempo.
El acierto de este proyecto es recuperar y poner presente una iniciativa literaria que fue seminal y que ilustra los comienzos de grandes escritores de aquella generación al tiempo que retrata una época. El fallo es plantear su exposición, aparte de la correcta sección documental, en tono de homenaje porque el espectador encuentra algunas obras sin conexión entre ellas o con el tema general. Por otro lado no basta para sustentar la teoría de la unión entre las letras y las artes retratar escritores, hay que participar de una misma mirada al mundo. 
Encontramos algunos artículos en el libro magníficos como los de Antonio Colinas, Rogelio Blanco, el de Juan Pedro Aparicio que admite haber callado más de tres veces cuando se le adscribe a la revista sin haber escrito nunca en ella como José María Merino, también el de José Enrique Martínez que explora a Cernuda en torno a estos escritores, el de Ernesto Escapa que apunta delaciones periodísticas de Dámaso Santos, González de Lama o Crémer y los de José Luis Puerto, Fulgencio Fernández, Tomás Sánchez Santiago o Julio Llamazares. Otros aportan poco. Los hay, incluso, que nos dejan extrañados al admitir no haber tenido la revista Claraboya en sus manos nunca, ni haberla leído.
Hoy lo que más sorprende es que entonces, en aquellos años plomizos del franquismo, se creasen, pese a todo, alianzas como aquellas para sacar revistas como esta y que los talleres impresores de la Diputación estampasen de balde los 300 ejemplares de cada número. Estas operaciones parecen imposibles para los escritores y artistas de León hoy. Las letras y las artes de nuestro lugar y nuestro tiempo, con la excusa verdadera de la crisis, están mucho más solas. Alguien debería reflexionar y despertar de la siesta ya muy larga para asumir la responsabilidad que tiene de apoyar y dinamizar, de verdad, la producción cultural actual con el único criterio de la calidad aunque sólo fuera por hacer justicia a sus siglas. No se entiende que instituciones culturales no editen casi libros, ni den becas a investigadores, escritores o artistas, entre otras muchas cosas. 
Las claraboyas de hoy lo tienen más difícil que las de ayer y eso que ahora no hay Manueles Fragas como aquel que, de viaje por León, mandó cerrar la claraboya de Claraboya al ver a uno que, después de mirar por su agujero, avisó de que «No amanece».





jueves

MELANCÓLICO ALIX. Por Bruno Marcos. La Nueva Crónica.




MELANCÓLICO ALIX 
Bruno Marcos


Si en un punto del futuro se encontrasen las fotografías de Alberto García Alix y con ellas se intentase reconstruir nuestro presente el resultado sería muy distinto de la realidad que vivimos. El arqueólogo del futuro se encontraría un repertorio de personajes desiguales, llovidos de tatuajes, en posturas incómodas y hasta de contorsionista algunas veces, con miradas siempre desafiantes, demasiado directas, algunos mostrando el sexo de una forma exagerada, apabullantes de entrada casi todos, en un planeta urbano en blanco y negro donde todo el mundo se desplazaba en motocicleta. Pero, sobre todo, los espectadores del futuro se llevarían la impresión de que aquellas personas de las fotografías a una edad en la que deberían ser felices no lo eran. 
Los rostros de Alix son tristes. Detrás de ese primer impacto que los sitúa en el polo de la intensidad está la pena. Es una pena inconcreta, familiar, anticipada y pandémica. Si «la movida» que retrató fue en colores por qué él la sacó en blanco y negro, y si fue, como dicen, una fiesta por qué mostró sólo la resaca. Si recortásemos todas las figuras de sus fotos nos quedaría un buen repertorio de fondos con paisajes urbanos e interiores desoladores: las traseras de un circo, las bodegas de un ferry, paredes agrietadas, tarimas rajadas, habitaciones con fotos clavadas con chinchetas, la persiana metálica de una ferretería, tapias azotadas, asfaltos rotos, cemento y más cemento, cielos de nubes raspadas. Y luego sus camas deshechas, las almohadas reventadas y los cuartos de pensiones. Y todo en una profunda soledad. Hasta los perros y hasta una nube, solitarios. 
Si aplicásemos el patrón de Roland Barthes para el análisis de las fotografías de Alix veríamos que lo que nos atrae de ellas es prácticamente lo opuesto de lo que nos penetra. Frente a la nitidez, a la fuerza de la persona está su finitud, su denodado esfuerzo vital contra el tiempo agarrado a la imagen. Barthes consideraba que el posado era lo contrario al punctum. El posado en las fotos de Alix hace precisamente lo que Barthes denostaba, la construcción de otro yo respecto a la cámara, un yo inauténtico, falsificado. Pero en sus fotografías el posado es parte del tema, posar es parte de lo que se está retratando, se retrata personas que quieren luchar contra el tiempo fijando la imagen de sí que quisieran y eso es trágico en gran medida y por eso se filtra tanta tristeza. Él insiste en que intenta entender al retratado pero retrate a quien retrate él plasma el drama del tiempo, la tristeza de intentar aplacarlo con la intensidad, con una fuerza vital que, a la postre, se vuelve enteramente triste.
En su autorretrato más conocido se ve esto perfectamente. La imagen de un hombre a punto de romperse, frágil pero cubierto por una cartografía superficial de hombre duro. Tatuajes. Sobre el corazón un dragón de nariz anillada y ojos sin párpados saliendo de una vegetación que le llena el brazo izquierdo entero y hasta una cadena en la muñeca. Los puños cerrados con fuerza. Un escueto vestido de mujer con tirantes y el pelo de tormenta pero a punto del llanto, con la mirada clavada en el objetivo de la cámara, en el espectador, como esperando que alguien, al otro lado, le salve la vida.
Alix ha hecho de esa falsificación un mundo, un teatro fotográfico de automitificación que ha encontrado plaza dentro de la iconografía colectiva de la mano de ese periodismo cultural que no sabe más que poner etiquetas, pero él va más allá, a lo más terrible que hay en cada fotografía, esa constante que Barthes llamó: «El retorno de lo muerto». El «memento mori» que veía en todas Susan Sontag. Uno no sabe cuanto puede haber en la popularidad de este fotógrafo de tipismo, de pintoresquismo en la recepción de sus imágenes y, por disparatado que parezca, le viene a la mente Julio Romero de Torres, que pintaba con muy poco color mujeres bellísimas intensamente tristes. A Romero de Torres se le tenía por un crápula y un juerguista y, al parecer, también era melancólico e introvertido. Posiblemente en ambos casos erróneamente se haya tomado el motivo por el tema, no siendo este los amigos de Alix o las mujeres morenas sino la tristeza.
Cuando la tristeza se hace sistémica aparece la melancolía, un estado general en el que ya no se trata sólo de añorar el pasado que se va sino que el futuro también se vuelve borroso, un pasado anticipado, algo de lo que no se podrá disfrutar. Esa melancolía de la que ya hablara Aristóteles y que empobrece todos los tiempos y que hoy llamamos depresión. Sus últimas fotos desenfocadas, sus cielos con redes de ramas y cables, todo lo contrario a un mundo nítido, a un desnudo demasiado explícito, a una cara y unos ojos tan directos, son, seguramente, materialización de esta.
Él mismo en algún lugar nos dice: «La foto llega porque todo lo que miro me hace pensar en que no es eterno». Lo entendamos y lo hemos sentido innumerables veces pero por qué no hacer como Séneca que, cuando reparó en que donde ponía la vista veía señales de su vejez, recordó a aquel rey sirio moribundo que, en lugar de dejarse abatir, celebraba con banquetes su propio funeral en los que sus amigos brindaban alegres al son de instrumentos: «Ha vivido».

martes

DISMALAND: DEPRESIÓN POP. Por Bruno Marcos. La Nueva Crónica



Sin duda la noticia del verano sobre arte contemporáneo no ha sido, como era de esperar, la de la Bienal de Venecia sino la de la creación de un antidisney por parte del famoso y misterioso grafitero Banksy en una localidad costera, Weston-super-Mare, cerca de Bristol, en Gran Bretaña. 

Mientras a la élite internacional del arte contemporáneo no se le ha ocurrido cosa mejor y más oportuna que programar una lectura continua de El Capital de Marx en las naves venecianas, Banksy ha revolucionado los medios de comunicación de todo el mundo con su desconcertanteparque distópico. Según sus propias palabras se trata de "un parque temático no apto para niños" y sí para "anarquistas principiantes" que recoge una colección de obras imaginativas y disparatadas que pretenden poner al revés el idílico mundo de Disney. La broma ha despertado la curiosidad del gran público y ha hecho que las entradas hayan superado el precio de 1.300 euros en la reventa, lo cual lo ha hecho considerablemente difícil de visitar.

No es nueva la teorización sobre los puntos en común existentes entre los parques temáticos de entretenimiento y las bienales artísticas o los museos de arte contemporáneo. El paseo por distintas ambientaciones con un tiempo determinado para cada una, unos pocos minutos, y el impacto estético basado en luz, gran escala, color, sonido y movimiento, se han convertido en la metodología expositiva preferida. A consecuencia de su éxito la tematización ha llevado al terreno del espectáculo a los grandes eventos culturales orillando toda aquella iniciativa que no pudiera ser incorporada a su mecánica. Dismaland acepta por completo su naturaleza de espectáculo y reúne una serie de piezas en torno a lo opuesto a Disney que presenta siempre la belleza, la fantasía, la felicidad y el triunfo de la bondad. Dismaland tematiza lo feo, lo doloroso, lo depresivo, lo roto con una sencilla técnica de inversión y en su recinto es válido para ser presentado sólo lo peor. 

El aspecto general es el de un solar decrépito con las losas del suelo partidas y grandes charcos. Los empleados están malhumorados y encogidos responden de mala manera a los visitantes. Una vendedora de globos los ofrece negros con la frase pintada en ellos que asegura: "Yo soy un imbécil". Las supuestas atracciones son imagen de las peores cosas que pasan en la actualidad, las barcas atestadas de inmigrantes con cuerpos ahogados flotando alrededor, la maqueta de una ciudad en la que sólo hay policías por todas partes después de disturbios civiles, un carnicero con su cuchillo ensangrentado que da vueltas en un tiovivo con los animales que acaba de descuartizar, una noria fantasmal que gira sola, el castillo de hadas en ruinas, la Sirenita borrosa o los paparazzi fotografiando el cuerpo de una Cenicienta yacente tras volcar el carruaje en forma de calabaza. Seguir leyendo y ver vídeo http://www.lanuevacronica.com/dismaland-depresion-pop



lunes


DAKOVIKA
segunda parte

 (una novela por entregas)


de 

Bruno Marcos


la saca


Manual de Ultramarinos

2016



R Ó L O G O  A  L A  S E G U N D A  P A R T E  D E  D A K O V I K A


Comoquiera que la pequeña novela Dakovika de la que soy padre ha tomado un vuelo tan alto y nada previsto por mí en su gestación y viendo cómo ha generado tanta estupefacción en lectores y gentes que de ella han tenido noticia y comoquiera que ha causado tanto impacto incluso en aquellos a quienes no iban dirigidas unas letras tan vagabundas y tan derechas al olvido y aunque el tiempo que lleva en circulación apenas pasa del año y los ejemplares fueron contadísimos y comoquiera que muchos no hacen sino interrogarme por cuáles serían las vidas posteriores de esos tan desdichados personajes me veo impelido y hasta obligado a escribir esta segunda parte que aquí se inicia.
Y pese a que el motivo principal es el pedido de los admiradores también me mueve a coger la pluma, lo reconozco, el prurito de escarmentar a los malos que me han echado cuentas hasta de la tinta que empleo. Con mencionar lo siguiente lo expreso todo, y es que hasta algunos me decían de asesino al haber, mi protagonista, ajusticiado a Garnach, y de zoófago al cazar y comer perros perdidos algunos tristes de esas páginas, y de fornicador en librovejerías y hasta me acusaban de destejar los tejados de la ciudad sin nombre y de allanar la lujosa casa de los Siena-Pombal, de robar en cementerios y muchas cosas más. 
Algunos personas se han dolido de salir descarnadas y otras de salir poco. Todas estas cosas apenas me han conmovido porque quienes confunden realidad y sueño, literatura y vida, no hacen sino verificar que la ruina de escribir no es tanta ruina.
De lo más extraño y raro que ha me ha acontecido es la continuación apócrifa de esta pobre Dakovikaque un infame fabricó y que, tras escurrirse el seso, tan sólo dos capitulillos parió. Firmaba el infeliz como un «El Ama-nuense» y con él tuve una reyerta epistolar que a continuación reproduzco:



Réplica a Avellaneda (Habla el autor)
  
No es de extrañar que a Dakovika, siendo como ha sido un éxito pleno, le salga ahora un Avellaneda que tira de algunos capítulos y los estira hasta ver si la teta de mi ingenio riega el suyo. Ha tenido este Avellaneda, salvando yo las larguísimas y siderales distancia de ser un cervantito, la delicadeza de salirme en las barbas mismas y de dar sus piedras brutas en estas mismas páginas ultramarinas. 
  Al menos no me ha motejado de viejo o de manco como al otro, seguramente porque más viejo sea él y manco yo no soy y ni en la mano de él ni en la mía haya estado el parar el tiempo, ni la ocasión más alta que vieron los tiempos de perderla. Quieran seguramente moverme a escribir la verdadera historia de Dakovika en segunda parte pero no me bastará con darle muerte al auténtico protagonista que es «el cuervo» sino a ese Larsen también, cuyo sosias real puja y anima al Avellaneda este no por quitarme la autoría del primero sino por ascenderse él de personaje secundario a primer personaje.

Contrarréplica de Avellaneda (Habla el plagión)

Lejos de mi ánimo estaba el polemizar, y menos con gente de calepino y retórica tan subida, pero aviesas intenciones entreveo en estas pocas líneas a mi persona dedicadas. No solamente por mancillar es que Avellaneda me apoda, pretende el padre de la mermada Dakovika, que a los lectores ultramarinos al leer «Avellaneda» se les colmen las mientes, por reflejo, del Manco Universal y así procura encaramarse aquél a costa mía con tamaño ardid. Si menguada es Dakovika, arrapiezo es «el cuervo», si desabrido éste, necesitada aquella, si mustia aquella, desganado éste, que pretende abarraganarse con la rubia, aunque le sale huero. El pálido Karenino se colorea bajo mi pluma y se agranda Larsen aderezado de mi sal y pimienta. Ingrato autor es este cervantito que, lejos de gratificar a quien con su ingenio ha sacado de los derrumbaderos del olvido su obrita, le paga con aquellos aguijonazos que de seguro el mismo sufrió al enterarse de que quien esto escribe rubricaba en Papalaguinda a los Ultramarinos y transeúntes que lo solicitaban, ejemplares de La Vidriera recuperada dada a la imprenta por las buenas artes del editor Malabia.
Queda dicho.

Al muy avellanado Don Amanuense (Habla el autor)

Poca altura he de alcanzar, querido Avellaneda, si he de encaramarme a la bajura de tu calentura literaria para alzarme. Y si es mermada o menguada la Dakovika, si es grande o pequeña, breve o lerda, es cosa que a ti no debería interesarte para adornar tu villanía pues más desdórate que otra cosa el haberte rebajado a continuar novela, según tú, tan necia y que a todos, agotada la edición, ha encantado.  
Si a este que le dicen sus allegados y cercanos «El Amanuense» le diese en tener una tercera mano le serviría para quitarse de una mi obra cumbre y de la otra la infame pluma. 
Arrapiezo es todo en Dakovika, querido delincuente juntaletras, porque de las basuras y harapos del tiempo trata y versa, si Karenino es en blanco y negro es por algo y no por nada, y es un galgo, flaco y vago, que bosteza, orina y defeca pero que nunca copula y menos en las comisarías. Es un galgo quijanesco que vive desde los tiempos aquellos sobre cuyo espinazo las obras de fiodor cuelgan. Y Larsen es mezquino y no poeta, trapero del tiempo y no de letras, traficante de nadas y de todos, sombra y alter ego de lo peor peor de ese «el cuervo».
Y por otro lado está ese sosias de Larsen transmutado en editor Malabia cuyas estampillas saca a expensas de lo ingresos originados de mi arte cuyos huesos he de moler al verle en el instante.

Cervantito, que nada te quito (Habla el plagión)

Confiado quedé en que mi réplica haría rescatar el seso al cervantito, mas veo errado el tiro y ya me malicio que no es tarea fácil trocar penco en marengo. No quisiera alargar la pelotera pero hay mucha razón en que lo haga por cuanto no pienses que si callo otorgo. No me hieren tus diatribas, antes las tomo a zumba, chiquilicuatri de las letras leonesas.
Truco vil empleaste al poner unos capítulos gratis en el etéreo y reservarte los postreros para que vieran la luz en letra impresa, todos revueltos, en tu obrilla. Procurabas así embelesar a los lectores y que después prestos corrieran a llenar tus bolsillos de dineros. Ja, ni se leyeron los primeros ni los postreros y se fueron tus bolsillos tan vacíos como vinieron.
En cuanto a Malabia editor también eres ingrato con él. Lejos de darle mieles por procurarte una segunda oportunidad le arrojas tus hieles, no por quedarse con tu peculio, como pretendes hacernos creer. Muy al contrario, es al enterarte de que cuando La declaración de Larsen vea la luz, pretende el editor regalar un ejemplar de los sobrantes (que los hay) de Dakovika cuando ponga aquél en circulación. Ya es manía la tuya con las gentes que te dan segunda ocasión.
Y esto dejo dicho.

Dakovika del asno (Habla el autor)

Que todos esperan que te dé del asno pero no es necesario cuando tú mismo rebuznas y te afanas en seguir la trifulca a ver si te igualas no por ingenio sino por genio conmigo. Y si no hubiere sido mi libro de Dakovika un acierto pleno, hijo del entendimiento sagaz y sensible de nuestro drama del tiempo, a qué fueras tú con tu prosa chocarrera a ampliarla por sus flecos con chusquería muy sosa. Bien es seguro que si mi libro no se engendró como aquel grande en la cárcel si que lo fue en este mi sofá, y con las visitas que hice a los libreros de viejo, a las buhardillas más ajadas, a los tejados y al rastro y a la casa más embrujada de la ciudad sin nombre y al más especial anticuario, pero tus esos dos capitulosillos debieron serlo en el excusado.
 Desocupado juntaletras deja la diatriba y ponte con la pluma y mídete conmigo a ver quién la tiene más larga y más fina. Vale.

Trirréplica al cuervo (Habla el plagión)

Urajea, que algo queda.
Ya no esperaba de ti nuevas impertinencias calapitrinche, pero veo ahora al cuervo que urajeando, urajeando le da por lo asinino. Ave de infeliz agüero, siendo como eres paseriforme, cómo no vas a tener la pluma más larga y más fina. Se te olvidó dejar dicho que también la tienes concolorcorvo, como tu juicio. Cautivo de tu vanidad arrógaste fina y larga pluma y con eso procuras altos vuelo, pero muy al contrario, a vuelo gallináceo no alcanzas. Acaso te ocurra, sin tú saberlo, como al sochantre de Luis Mateo (no quiera Dios que con el mismo final) pues noté tu mollera en la estampa de los ultramarinos un tanto esquizognata.
Por cierto, yo prefiero el retrete, aunque si voy apurado también me arreglo con el escusado, no con el excusado. Aunque tires de excusado para publicar, quedas excusado de replicar. 
Lo dejo dicho.

¡Ah de la vida!… (Habla el autor)

¡Ah de la vida!... ¿Nadie me responde? Sólo este tenaz plagiador, este tenaz mentecato. La fortuna mis tiempos ha mordido y entregado me ha a las fauces de este copión de mi novela.
Aquí de los antaños que he vivido... He perfilado las brutas piedras de la verdadera realidad en perlas puras, en palabras atrevidas, forjándome yo en ellas mismas para que, ahora, este envanecido de sus locuras exprima el diccionario viejo creyéndose que el escribir de estas querellas y las malas copias aquellas fuese cosa de tirar de teta en teta. Falta a su pluma la viveza y colorea una estampa a fuer grisalla. Que sepas tú que la literatura se inventa y no se ordeña.

Cervantito obnubilado (Habla el plagión)

Parece que cervantito tiene nostalgia mamaria, pues un tanto obseso anda con las tetas que aprovecha como figura para darme zurriaga. Ha de ser que de pequeñín tiró más de látex que de seno. Se lo perdonamos, pero tengo por cierto que su irrenunciable inquina resulta del día fausto de la presentación de mi ópera prima, la de los retratos de vendedores del Rastro, en la que fue parecer general que era mi telonero con su Dikovaca. Cómo no sentirte mancillado por un principiante talentoso tú que te vendes como avezado en esto de las letras y no dejas de ser, pobre, simple zancarrón. Eres un si es no es poeta, buscón de lisonjas, loas, homenajes, zalamerías y dorados oropeles; de prosa baja, gris, espesa, plúmbea, mazorral y pastosa; en suma, prescindible. Tu natural orgullo magullado por mi talento, caliéntate el seso, ménguate el ingenio, estréchate la razón, núblate el juicio, embózate el entendimiento, empequeñécete la inspiración, mérmate los alcances y ahuyéntate las musas. Vanidoso monigote, déjate ya de parlerías preñadas de trampantojos, bachillerías y vituperios, y aplícate al estudio, pues a lo que parece no has salido todavía de charro estudiantón.
Quédate con Dios, que dicho queda.

Juzgue el lector si escribir en España no es y ha sido siempre un llorar a fuerza de encontrar maldad tras maldad.
Pero queden aquí estas asechanzas del mal genio vulgar y se hunda este plagión en las aguas tumefactas de su falta de inspiración y vayamos a ver que cosas nuevas pasaron a estas pobres almas de Dakovikaen sus nuevas andanzas de esta historia que es trágica más que sarcástica. Anime ella los ratos del desocupado lector y que de su nacencia vaya a su nacencia, pues esta no fue otra que la más pura de salir yo por las letras de la época más triste de mi vida y del consiguiente comercio de ratos muertos que hice con ese Larsen rebuscando en el basurero del tiempo.

Saludos

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Bruno Marcos 

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jueves

ESCRITA EN EL SUELO por Bruno Marcos en La Nueva Crónica




Seguramente la paradoja más grande con la que vivimos en nuestra ciudad sea la de saber que el hotel más lujoso que tenemos, albergado en el interior de un histórico palacio plateresco, ha sido también uno de los campos de concentración más crueles de los habidos en la guerra civil española.
Toda suerte de hombres ilustres, reales o míticos, como Hércules o Héctor, Julio César o el Cid entre otros, se vieron obligados a observar, desde los medallones de la fachada en los que aparecen representados, cómo entraban miríadas de presos a la máquina de dolor que se había instalado en sus entrañas el 25 de Julio de 1936 y que funcionaría, a pleno rendimiento, hasta 1940. Las cifras hablan de que pasaron unas 20.000 personas por el penal y que la población reclusa llegó a los 6.700 reclusos al mismo tiempo.
Las condiciones del confinamiento enseguida fueron atroces. Las dependencias destinadas a celdas lo habían sido antes a establos de caballos sementales del ejército y estaban llenas de excrementos. La higiene nula, la comida escasa y agusanada. El hacinamiento total, tocando a más de un hombre por metro cuadrado. La brutalidad, los paseos, las sacas, los fusilamientos y los macabros falsos fusilamientos: «La primera vez que me sacaron de la Celdona para fusilarme —escribe Victoriano Crémer— en compañía de varios compañeros de destino, registré perfectamente los datos de la muerte: Nos habían colocado contra una de las tapias del patio, uno al lado del otro, formando un friso de silenciosos fantasmas, de acongojados premuertos. (...) Y ninguno de los condenados acertábamos a componer una queja. (...) Y sonó la descarga... Y fue entonces, en esa rapidísima porción de tiempo, que no es ni tiempo siquiera, desde que sonó la explosión de los fusiles hasta la muerte prevista, cuando se me proyectó la estampa completa, agitada, de mi vida (...) La tragicomedia había terminado. Nos volvían a las celdas como resucitados…» 
Además estaba todo lo que gravitaba en torno al gran fantasma con crestería de piedra calada. Las mujeres que habitaban en las inmediaciones, de luto anticipado, que luego andarían, de paraje en paraje, a buscar a sus hombres entre los cadáveres apilados tras la última ráfaga, o los nazis de la Legión Cóndor que, hospedados en el hotel Oliden y aledaños, dedicaban ratos del domingo a pasear por el penal sacando fotos a los presos.
Poco más que el silencio y el paso del tiempo caen sobre la paradoja y el dilema moral de San Marcos. Da la sensación de que se vivió y se vive todo aquello como un secreto que se va diluyendo sin recuerdo. En realidad el milagro español de la transición pacífica y el establecimiento de lo que ahora llamamos el régimen del 78 se basa en el poder disolvente del olvido. Debemos figurar en los primeros puestos mundiales en cuanto a ausencia de justicia retrospectiva, de hecho somos el segundo país del mundo con más desaparecidos cuyos restos no han sido recuperados ni identificados, más de cien mil, siendo sólo superados por la Camboya del monstruoso Pol Pot. Además, cualquier intento de hacer una lectura objetiva y reparadora del pasado es considerado por parte de la opinión pública como ridículo, inoportuno o partidario.
Es cuando menos irónico que las microacciones del arte contemporáneo, como esta del artista Luis Melón Arroyo del 12 de septiembre, sean unas de las pocas cosas que hacemos para restañar heridas tan grandes. La obra consiste en escribir los nombres de los presos, uno a uno, con tiza en el suelo de la plaza frente a la fachada de San Marcos. Una tiza que se llevarán los vientos y la lluvia, los zapatos de las gentes al pasar y las mangueras de la limpieza urbana.
La escritura del nombre es un acto primario de fijación, eficaz en el espacio de lo simbólico para retener algo de lo que desaparece al tiempo que se hace una despedida. El trabajo artístico de Melón Arroyo está pensado para llevarse a cabo con medios efímeros que lo dotan de un naturaleza frágil pero, justamente por ello, también crítica.
Es referencia del artista el monumento a los veteranos de Vietnam que Maya Lin llevó a cabo en 1982 en Washington y que supuso una ruptura respecto a la tradición del arte público conmemorativo.  Maya Lin trazó un ángulo en una pradera y hundió el suelo de su interior colocando en la falla un muro de mármol negro en el que se inscribieron los nombres y apellidos de los 58.261 muertos estadounidenses en aquella contienda. Lo tacharon inmediatamente de antipatriota porque mostraba, individualizadamente, el drama de la muerte y daba opción al recuerdo en lugar de sustituir todo el horror por una abstracción heroica como se venía haciendo tradicionalmente.
La obra de Maya Lin y la de nuestro artista no pretenden recordar las cosas horribles que pasaron, ni mantener heridas abiertas, sino todo lo contrario, cerrarlas bien, para ello hay que hacer aparecer la verdad en el espacio de los hechos, aunque sea con tiza y escrita en el suelo.